Buscando a Ana – Carlos Parma

La plaza …

Busco a Ana en la multitud. Hay más gente que de costumbre. Las consignas son las mismas:“Si Evita viviera sería montonera” y “Montoneros … Montoneros, son soldados de Perón; los gorilas tienen miedo, tienen miedo al Paredón”. Han anunciado que hoy viene Firmenich, Quieto y Burllich. A mi me gustaba más Mariano Pujadas… ¡ese sí que tenía las pelotas puestas!. Era capaz de morir, de bala, de manos de la oligarquía… me da pena, lo imagino preso de pánico en esa atroz noche de Trelew… que lástima  ya nadie se acuerda…

Aunque Javier habla con veneración de ellos, yo desconfío un poco de estos oradores,  huelen más a “negociadores” que a un combatiente comprometido. Dios quiera que no nos desilusionen. Lo cierto es que tengo que estar aquí, cantando y puteando. Al final ya sé como va a terminar esto: “todos corriendo y la cana tirando gases lacrimógenos”… siempre la misma historia. Javier me pide concentración militante… yo sigo buscando a Ana. La plaza Velez Sarsfield está llena de almas. El impenetrable palco está rodeado de los omnipotentes bombos. Pronostican  más de treinta mil compañeros. No es para menos, el hecho es histórico: se unen FAR y Montoneros. En el debate intelectual nosotros teníamos la historia contada por Rodolfo Walsh… ellos la “palabra en acción” de Paco Urondo.

El enmascarado discurso no lo entendí nunca del todo. Las palabras eran espejos donde uno se miraba y era mirado por otro. Nosotros -los montos- somos exageradamente más, es una diferencia numérica incomparable. Además somos peronistas, de izquierda sí, pero peronistas, los otros son… lo arcano, el sigilo… una miscelánea sin término, sin cantera. Como en la alegoría de la caverna yo  pensaba que éramos únicos, irrepetibles. Bifronte Javier, que todo tejía y destejía, acomodándose sus gafas intelectuales me decía lapidariamente: “es una movida estratégica”… y aunque yo no entendía un carajo eso, asentía en buen estilo revolucionario.

Ví a Ana…

La suerte me ayudó y ví el dulce rostro de Ana repartiendo volantes. Locuaz y diminuta se multiplicaba en vidas, ilusiones: era una  y era todos –me dije-. Transmitía la pureza del combate y la excelsitud del espíritu. A veces, en la  vigilia de los ojos abiertos, me veía enfrentando al propio Dante, quien me acusaba de plagiarle su “Beatrice”. En el umbral de lo hípnico me veía marcándole las diferencias: Beatrice es conocimiento y hermosura, Ana es ideal y revolución. Ana se desplaza, hay carteles que la ocultan, se hace invisible en la marea humana. Largan otra consigna: “FAR y Montoneros, son nuestros compañeros”. La plaza ardía de revolución, los discursos, cual daga filosa, atravesaban las mentes vírgenes. Redoblaban la apuesta : “no hay olvido ni perdón….” inquirían.

La vía dolorosa…

La tersa levedad de los buenos momentos, en el devenir del vacilar de las cosas, mostró su opuesto. Argentina se enfermó… de un mal incurable: “… 19 años, con domicilio en Mendoza, estudiante, 1,84 metros de estatura, 70 kilos… montonero…”. Así sería el lacónico informe… toda una sentencia. Los “idus de Marzo” trajeron los lúgubres pájaros mensajeros del dolor. Un primate, ahora con finos bigotes, al comando del país, los conducía. Como solía decir Paquito Urondo: habían “fusilado la patria”. Yo no ví más a Ana… tenía una pena tan grande ese 24 de Marzo del ‘76. Esta vuelta Javier no tenía respuesta. Lo recuerdo en la plaza de la esquina de la Facultad, disperso entre sombras, silencios y sueños. Quela Virgen Santanos ayude: “no habrá  piedad para nosotros”… pensé, y así fue.

Había una cuestión que me consolaba con respecto a Ana. Pase lo que pase, yo sabía que no la podían matar. Mi hermano cayó preso por esos días… le hice custodia afuera del lugar de detención  durante dos noches… recé mucho. Dios me escuchó y mi hermano salió “vivo” a los pocos días. Los sueños…

Dos sueños solían repetirse a menudo. Uno era generoso. Ana aparecía como una estrella iluminando el firmamento dela revolución. Millonesde jóvenes, los pobres comiendo, canciones, las calles llenas de gozo, libros… muchos libros. En las antípodas había otro sueño. Un móvil policial se detenía abajo de mi departamento de calle Alvear 47, un Ford Falcon verde, aparecían “los de siempre” y allanaban mi casa. A veces me resistía, eran escenas de espanto. Me agitaba tanto que terminaba sentado en la cama, transpirando y con mucho miedo. Estaba solo, inmensamente solo. Una tarde me avanzó la mamá de mis amigas “las gorditas”. No tuve el valor de decirle que era seguro que esos criminales las habían secuestrado y matado… Ella me preguntó por sus nenas, las estaba buscando hace días. Solamente la abracé en silencio, para no sentirme tan ajeno. ¡Pobres padres! pensé… ¡pobre Argentina! razoné. Ante la mirada vencida de una madre uno descubre que “hay dolencias peores que las dolencias” – como decía Pessoa-. Una noche, en lo de Paula, un grupo de desalmados represores hacían gala de haber puesto una bomba en la sede de un partido político. “Que los parió”, hasta de eso se ríen, espeté. La angustia de estar a la “intemperie”…

Aunque prolongaba mi existencia frente al  vertiginoso e incierto presente, sentí que colapsaba mi interior y una mortecina idea se apoderó de mi Córdoba. Advertí que estaba “a la intemperie” y que era sólo un punto en el curso lineal del tiempo… me encontré acorralado por el instante anterior y el inmediato futuro. Esa misma noche, mientras dormitaba, una brizna de imágenes me invadían: mi mamá… y Ana. Una me contenía, la otra -ahora- me impulsaba. Algo me divertía. Era cantar y contar cuentos en los bares de las peñas cordobesas,  una atmósfera ideal: jóvenes puros, mujeres níveas. “Loco… seguí chupando”, indicaba eufórico Waidatt, mientras empinaba un vino. Una voz anónima rumoreaba en tono coloquial: “al final es lo único que te llevás a la tumba”. Amurallado…

Aquella  tarde, tan densa  como el pérfido represor, formaría en mí un estigma contundente. Cuando ingresé al Cabildo (centro de detención por excelencia), un inusual marasmo me debilitó. Se decían tantas cosas de ese lugar… tantas historias… Circunflejo penetré al famoso sótano… mi mente no cesaba de decir “Dios te salve María, llena eres de gracia…”. Las agrias y torvas fauces del represor se agitaban preguntando cosas, especialmente por “el gordo”, un amigo dela facultad. Yosabía  donde vivía, pero en  absurda y valiente actitud me resistía a delatarlo… no se cómo aguanté tantas horas. A pesar de los años que han pasado aun siento el frío metal de la pistola 9 milímetros gatillando en mi sien. En  reflexión final, junto a aquella  triunfal escena de mi niñez en el jardín de infantes cuando abrí las jaulas de todos los pájaros del Colegio, no había producido un acto tan valiente como éste. Son de las cosas que uno se siente orgulloso, había que “tenerlas puestas” tanto tiempo callado bajo presión y tortura. La cuenta regresiva…

Me emocionó, que a la hora del naufragio, la mano solidaria de  Simón me exiliara en su “reducto de Alberdi” y así me liberara de los repitentes   “allanamientos”. A partir de allí comenzó la cuenta regresiva, que logró su “cenit” con el secuestro de  Daniel, tan sorpresivo como doloroso. Era inútil ¡el represor manda¡… así de cruel, siempre manda. Un mal síntoma – pensé cabizbajo-. Me recibí tan sólo con 22 años y partí a mi origen… me acompañaba un bolsito blanco pequeño que decía: “mundial 78″, ése era todo mi capital. Volver…

Han pasado más de 25 años, vuelvo a Córdoba. Nada es como antes, hasta mi mamá falleció en este tiempo… las calles están vacías… mi alma también. Estoy sentado en un vago mármol dela plaza San Martín.Frente a mí está el Cabildo… ¡que curioso… es un museo!. Busco en los arcones de mi memoria los consejos de  Javier y no los hallo. ¡ Alguien me ha robado los sueños! Nadie se hace cargo irreparable pérdida… ¿Acaso la desilusión ha podido más que la lucha? ¿se podrá ganar dignidad en el fracaso?… Suena una canción en círculo: “que el pueblo llene las calles vacías…”. Está  claro: este escenario no es más que una pálida huella por donde alguna vez pasé… Derruido, humano y  solitario, medito sobre  lo irremediable… hay un desenlace terminal: “ya no veré la revolución”…. tal vez sólo la sentiré en los espejos del alma… o quizá en quien esté leyendo ahora este testimonio.

Ana está sentada en un café, la mirada diáfana y la piel tersa.
Me acecha el cristal inverso del bar. En fatal condena impetra su estigma.
Tembloroso, busco a Ana y la siento dentro mío… no hay espinas.

Carlos Parma

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