“Los espectros que aún recorren Europa” de Álvaro Muñoz Robledano – Prologo de “Ven Conmigo”

Prologo de la novela “Ven Conmigo”

Visto desde la orilla, desde cualquiera de las muchas orillas en las que nos situamos, podemos decir que la historia nos ha derrotado, y que nos queda el triste consuelo de negarle la mayúscula que la ortografía exige. Porque la ortografía ignora lo que siempre hemos intuido: que no existe la Gran Historia; que, parafraseando a Brecht, cuando alguien afirma que Napoleón venció en Austerlitz pareciera que lo hizo él sólo, que no contó con medio millón de infantes, artilleros, soldados de caballería, carreros, cocineros, furrieles… pero fueron ellos los que vencieron, y sus motivos no tenían que ver, en la mayor parte de los casos, con la gloria de Francia, sino con el reclutamiento forzoso, la paga o la mera supervivencia. En pocas ocasiones los ciudadanos han decidido enfrentarse por su cuenta y riesgo a la tiranía, a la explotación, a los privilegios insensatos. Cada uno de esos momentos ha supuesto belleza y esperanza; también terror, aprendido generación tras generación por los soldados, los carreros, los furrieles… todos aquellos a los que Bonaparte llamaba “carne de cañón”.

Cualquiera de nosotros.

No hay ideología que no sea profundamente humanista, ni religión, ni sentimiento patriótico, ni ninguna otra coartada. Todas cuantas se han forjado hasta ahora han tomado al hombre por razón y estandarte. Todas persiguen su progreso, su salvación o su orgullo. Ninguna se pregunta de qué hombre habla.

Borges sí lo hizo: ¿todos los empleados de pompas fúnebres, los carteros, los buzos, todos los que viven en la acera de los números pares, todos los afónicos?” Ya sé que es un recurso retórico más que una verdadera pregunta; que nunca ha habido dudas, ni hoy las hay, acerca de quiénes son los oprimidos y quiénes los opresores, quiénes los privilegiados y quiénes los humillados. Y sé que el historiador no hace sino narrar el proceso de la humillación y las tentativas de emancipación, como sé que tal pelea no ha terminado, ni tiene visos de terminar, ni pronto, ni bien. Pero desde siempre me ha asustado la facilidad con que la suerte de cada individuo se ha perdido en la abstracción de la clase social, del pueblo elegido o de la patria. Quizás la tiranía consista tan sólo en ignorar que el dolor, el placer, el miedo y la esperanza de cada uno le pertenecen tan sólo a él. No son transferibles, no son negociables; ni siquiera es posible olvidarlos o relativizarlos. Aunque en tantos momentos haya sido preciso renunciar a ellos con determinación, con heroísmo incluso, en nombre del futuro.

Pero, a pesar de siglos de sacrificios y lucha, el futuro no termina de llegar.

Aún quedan viejos militantes comunistas con los que hablar, veteranos de guerras perdidas y resistencias secretas y abnegadas; luchadores contra el fascismo que durante décadas optaron por diluirse en el Partido, en sus cuadros y en su estrategia. Fue duro para ellos, occidentales cuyo sueño se desarrollaba en el otro extremo de Europa, perseguidos por la tiranía y la corrupción de sus estados, creyentes inquebrantables ante cualquier noticia que desdibujase su utopía. La mayoría entregó lo mejor de ellos mismos, su vida incluso, para resquebrajarse al escuchar una frase que estuvo en boga a principios de los años noventa, puesta en boca de los habitantes de la antigua República Democrática de Alemania: “hemos descubierto que lo que nos contaron del socialismo era mentira, y que lo que nos contaron del capitalismo es verdad”. Aún quedan viejos militantes comunistas con los que hablar,

y en ellos resuena, entre la tos del enfisema y la blandura de una boca sin dientes, la decepción. Decepción por la traición, por la negación de sus propios principios, por la represión, por la creación de un nuevo clasismo basado en el aparato burocrático. Decepción cuando comprendieron que la revolución se había detenido en la Unión Soviética para dejar paso al estado, del mismo modo que en nuestros muy avanzados y libres países la democracia se ha vestido de realidad financiera y se ha desentendido de las consecuencias que la razón mayor deja tras de sí, sobre nosotros.

Tanto a ellos como a nosotros nos han robado, una vez más, el futuro.

Lo que me pregunto es qué puede hacer el individuo, qué puedo hacer yo, o usted, o el afónico del portal de número par, más allá de la mera supervivencia. Quizás olvidar la historia, deshacerse de sus cláusulas y sus voces. También de las cláusulas y las voces de nuestra historia personal. No se trata de encerrarse en el pasado, tampoco de cerrarlo bajo siete llaves pretendiendo que nunca sucedió. Quizás lo que usted, los afónicos, los viejos militantes comunistas, incluso yo, podemos hacer es afrontar una vez más el presente. Reconocernos en el momento que habitamos a cada momento, y pelear por mantenerlo; asumir el dolor, el placer, el miedo y la esperanza como propios. Este es el futuro que nos espera, el que podemos poseer, el que tenemos que pelear. Un lugar que tal vez no existe, pero en el que la opresión no termina de instalarse; en el que cabe lo vivido como parte de lo que queda por vivir. Un lugar en el que decir a alguien Ven Conmigo es un acto supremo de libertad.

Madrid, junio de 2016

Álvaro Muñoz Robledano

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