“La casa di Helene”

En mi fantasia Helene Sanz, la protagonista de mi ultima novela, vive acà en esta casa de plaza Serrano en el barrio de Palermo (BA). En este lugar està un ristorante que por casualidas se llama con el mismo apellido de Helene. Acà una breve lectura de Emèt.

05:30 am
Tenía unas ganas imparables de salir a ver el alba y darle la bienvenida a los primeros rayos de sol. Le pedí a Alicia que me hiciera compañía y ella me complació. Necesitaba salir de la casa para mitigar una especie de claustrofobia que me estaba amordazando, así que dimos una vuelta por la cuadra. Cuando regresamos de nuevo a la casa, ya me sentía mejor.
•Gracias Alicia – le dije tomándola de la mano.
•¿Por tan poco? – contestó ella.
•Sí, ¿de qué te asombrás? Cuando se envejece, los pequeños gestos son los que te hacen sentir bien.
Alicia sonrió. Luego me preguntó si quería volver a la casa o proseguir.
•Quisiera quedarme un poco más, si no te molesta – le respondí.
Cruzamos la calle y nos dirigimos hacia el centro de la plaza.
•¡Usted está muy apegada a este lugar! – comentó.
•¿Cómo lo supiste?
•No lo sé, tal vez de cómo se mueve y de cómo observa las cosas. Se nota que éste es su ambiente natural.
•¡Así es, querida!
•¿Y no le daba nostalgia cuando vivía en Europa?
•¡Por supuesto! Tenés que saber que me crié aquí y en cada lugar del barrio he dejado una parte de mí. Es éste también el motivo de mi regreso.
•Entiendo – contestó Alicia.
Esta vez, conté las cosas en modo más simple de cómo acontecieron en realidad. Omití indicarle a Alicia las dificultades que tuve que superar para ambientarme de nuevo en esta ciudad, después de haber estado lejos por casi cuarenta años. La vida en Francia me convirtió en una extranjera, y cuando volví a Buenos Aires parecía un alma en pena. Por otra parte, regresaba de un exilio forzado, y además con una hija adulta. Los primeros momentos fueron duros, como cuando me fui.
No quería caer en la profundidad de ciertos temas y, para distraerme de esos pensamientos incrustados en la mente, me puse a caminar, intentando focalizarme en otra cosa. Alicia me seguía en silencio, como lo hace una monja novicia con la madre superiora. Aprecié mucho ese gesto y se lo dije, recalcando una vez más su capacidad para hacerme sentir bien. Durante todo el tiempo de la entrevista, Alicia nunca fue invasiva, ni dijo una palabra fuera de lugar, ni siquiera cuando, por el cansancio mostré signos de intolerancia.
•¿Sus padres emigraron? – me preguntó cambiando de tema.
•Sí, llegaron de España y se establecieron aquí.
•¡Una sabia decisión! – agregó ella – para mí de toda Buenos Aires este es uno de los barrios que ha mantenido su esencia.
•Hay un punto preciso de la plaza en donde prefiero estar. Es allí abajo, hacia la calle Honduras; vamos, te lo enseño.
Cruzamos el área del parque y llegamos frente a un pequeño anfiteatro. Era una estructura en concreto conuna escalera de caracol y un entresuelo en el centro, que servía como escenario. Alrededor habían colocado unos paneles de plexiglás, para proteger al público del viento, durante los espectáculos ofrecidos de manera gratuita por los generosos artistas callejeros. Antes, el anfiteatro estaba rodeado por una verja de madera, que funcionaba como soporte a una maravillosa enredadera de trinitaria. Me detuve a pensar en el tiempo transcurrido y en la misma historia “del tranvía y del terminal” que me contaba mi abuelo. A pesar de que hubiera compartido poco con mi familia de origen, por haber elegido a los diecisiete años de dejarme llevar por el remolino de la independencia, recuerdo con gusto el período de mi adolescencia.
•¡Cuando era nena, jugaba a menudo aquí! La plaza no era tan turística como la ves ahora, pero para los habitantes del barrio era un importante lugar de reunión.
Le conté a Alicia que por las noches de verano, muchas veces se solía reunirse en el pequeño anfiteatro. Las mujeres traían empanadas, dulces hechos en casa y vino tinto. Pasábamos así algunas horas alegremente: nosotros los nenes, jugábamos a saltar la cuerda, mientras los adultos fumaban y hablaban de política. Estaba Domenico, siempre listo para retar a mi abuelo al truco, con la esperanza de obtener una revancha tan deseada como improbable. Sin embargo, puntualmente no lograba superar el reto y terminaba para él la noche con el habitual mal humor. Cerré los ojos y recordé el ruido de las cartas lanzadas con fuerza y las risas colectivas de los numerosos espectadores. Me acordé también de la tranquilidad de esos años.

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